Los medios la han recogido en portada, aunque no en grandes titulares, como merecía. La noticia, nada sorprendente, es que la Comunidad Económica Europea ha decidido que no se podrán presentar en español propuestas de patentes técnicas en su ámbito. Europa solo admite el inglés, el alemán y el francés. La resolución se va a recurrir, ¿cómo no?, por el Gobierno español; pero sin esperanza alguna de atención al recurso.
Esta marginación es dolorosa, pero la culpa es nuestra; es decir, nosotros mismos nos marginamos. No nos rasguemos las vestiduras porque nos marginen una vez más.
Se lo ponemos fácil a los que nos marginan, porque históricamente somos nosotros los que nos hemos marginado. Nuestra sociedad nunca ha apreciado la ciencia, en particular la nuestra, de manera que los gobernantes no se han visto obligados a atenderla adecuadamente para agradarnos, que es realmente su objetivo inmediato. Desde que estamos en democracia ese agrado se traduce en votos. Pero la ciencia y la tecnología, hija natural de aquella, no surgen por generación espontánea. La educación, que da lugar al conocimiento, es una delicada materia con resultados a largo plazo. Educación, conocimiento, ciencia y tecnología conforman un conglomerado inseparable. En este país los tratamos separadamente y sin coordinación. Como muestra actual de esta desagregación basta poner el ejemplo de dos ministerios para todo ello: de Educación por un lado y de Ciencia e Innovación por otro.
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